Durante décadas, una industria ha sostenido al pequeño y remoto pueblo colombiano de Caño Cabra: la cocaína.
Quienes viven en esta comunidad del centro del país se levantan temprano casi todas las mañanas para recoger hoja de coca, raspando ramas quebradizas, a veces hasta que les sangran las manos. Después, mezclan las hojas con gasolina y otros productos químicos para fabricar ladrillos blancos de pasta de coca.
Pero los aldeanos dicen que, hace dos años, ocurrió algo alarmante: los narcotraficantes que compran la pasta de coca y la convierten en cocaína dejaron de aparecer. De repente, esa gente que ya era pobre se quedó sin ingresos. La comida empezó a escasear. Se produjo un éxodo a otras regiones de Colombia en busca de trabajo. El pueblo pasó de tener una población de 200 a 40 habitantes.
El mismo patrón se repitió una y otra vez en comunidades de todo el país en las que la coca es la única fuente de ingresos.
Colombia, el nexo mundial de la industria de la cocaína, donde Pablo Escobar se convirtió en el criminal más conocido del mundo, y que sigue produciendo más droga que ningún otro país, se enfrenta a cambios tectónicos producto de las fuerzas nacionales y mundiales que están cambiando la industria de la droga.
Esta dinámica cambiante ha generado la acumulación de bloques de pasta de coca que no han podido venderse en toda Colombia. La compra de pasta en más de la mitad de las regiones cocaleras del país se ha reducido drásticamente o ha desaparecido por completo, lo que ha provocado una crisis humanitaria en muchas comunidades remotas y empobrecidas.
El mercado de la droga nunca había experimentado “un bajón tan dramático no ha existido”, dijo Felipe Tascón, un economista que ha estudiado la economía de las drogas ilícitas y ha dirigido un programa del gobierno nacional para ayudar a los cultivadores de coca a trabajar con cultivos legales.
La caída de la industria de la cocaína es, en parte, una consecuencia imprevista del histórico acuerdo de paz alcanzado hace ocho años con el mayor grupo armado del país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que puso fin a una fase de un conflicto que ha durado décadas.
El grupo de izquierda financiaba su guerra en gran parte con cocaína y dependía de miles de campesinos que le proporcionaban la planta de coca de color verde brillante, que es el principal ingrediente de la droga.
Pero cuando las FARC abandonaron la industria de la cocaína, fueron sustituidas por grupos criminales más pequeños que tienen un nuevo modelo económico, dijo Leonardo Correa, de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito: comprar grandes cantidades de coca a un número menor de agricultores y limitar sus operaciones a las regiones fronterizas, donde es más fácil sacar la droga del país.

Esto significa que pueblos en el interior del país como Caño Cabra, localizado a unos 265 kilómetros al sureste de Bogotá, la capital, han visto desaparecer en gran medida su único negocio.
“Ha sido difícil”, dijo Yamile Hernández, de 42 años, cultivadora de coca y madre de dos jóvenes adolescentes, quien ha luchado para alimentar a su familia. “No sé qué irá a pasar”.
Al mismo tiempo, otros países se han convertido en importantes competidores y han contribuido a los cambios en el mercado de la droga de Colombia. Ecuador ha surgido como uno de los principales exportadores de cocaína, mientras que el cultivo de hoja de coca ha aumentado en Perú y Centroamérica.
Esto ha contribuido a que la producción mundial de cocaína sea más alta que nunca. Y aunque el consumo de cocaína se ha estancado en Estados Unidos, está creciendo en Europa y América Latina y emergiendo en otras regiones, como Asia.
En Colombia, las políticas gubernamentales, como el abandono de la erradicación de las plantas de coca, y los avances tecnológicos en el cultivo, han permitido que la producción de coca aumente a pesar de décadas de inversión por parte de Estados Unidos para tratar de desmantelar la industria de la cocaína.
La producción anual de hojas de coca y cocaína alcanzó nuevos máximos en 2022, con un aumento de la fabricación de esta droga del 24 por ciento respecto al año anterior, según los últimos datos disponibles de Naciones Unidas.
“Estamos viendo una producción a niveles con los que soñaba Pablo Escobar”, dijo un funcionario de Estados Unidos que ha trabajado durante años en la interdicción de drogas en Colombia y pidió no ser identificado porque no estaba autorizado para hablar sobre el tema.
“Vas a los campos de coca”, añadió, “y es como estar parado en un maizal en Iowa: no puedes ver el final”.

El auge de la producción de cocaína ha desencadenado un aumento de las exportaciones. En 2022, los ingresos por exportación de cocaína aumentaron a 18.200 millones de dólares en comparación con los 12.400 millones de 2021, según un análisis de Bloomberg Economics, que predijo que superarían los ingresos por petróleo, la principal exportación del país, tan pronto como este año.
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, se ha centrado en perseguir las redes de narcotráfico y el abandono de la erradicación de la hoja de coca ha contribuido a impulsar el aumento de la producción de cocaína, según funcionarios de la ONU y Estados Unidos.
“Con el desinterés de Petro por la erradicación forzosa, en la práctica no hay barreras para entrar en los campos de coca”, afirma Kevin Whitaker, exembajador estadounidense en Colombia y miembro no residente del Atlantic Council.
Gloria Miranda, quien ahora dirige el programa de sustitución de coca del gobierno, refutó esta afirmación, señalando que las incautaciones de drogas habían aumentado significativamente durante los casi dos años que Petro tiene en la presidencia. Los críticos afirman que esto se debe, en gran medida, a que se produce mucha más cocaína.
Los nuevos fertilizantes también han facilitado el cultivo de más coca, a pesar de que muchos grupos armados colombianos que contribuyen al conflicto del país dependen mucho menos de las drogas para obtener ingresos y se dedican a otras actividades ilícitas que no suscitan tanto escrutinio por parte de las fuerzas de seguridad, como la minería de oro, la tala de árboles y el tráfico de inmigrantes, según afirman varios analistas.
Aunque la cocaína sigue siendo una enorme fuente de ingresos para las redes criminales colombianas, el nuevo modelo económico ha ocasionado sufrimiento en muchas zonas del país.
Al menos el 55 por ciento de las regiones cocaleras de Colombia han experimentado una caída en las ventas de coca, según Correa.
Varios kilos de pasta de coca acumulados por los campesinos de Caño Cabra y sus alrededores, quienes no pueden vender el producto debido a los cambios en el mercado de las drogas.
Como muchas comunidades rurales, Caño Cabra carece de presencia gubernamental y está controlada por un grupo armado ilegal. No hay electricidad, agua corriente ni escuela pública.
Hernández ha luchado para conseguir el dinero necesario para enviar a sus dos hijos a un internado en un pueblo cercano y evitar que tengan que trabajar a tiempo completo en los campos de coca, como le sucedió a ella cuando era niña.
Los adolescentes, Valentina, de 16 años, y Manuel, de 14, trabajaron en los campos durante las vacaciones escolares, no por la paga, que era insignificante, sino por el desayuno gratuito que les servía el propietario de la plantación de coca.
La carne, alimento básico de la dieta colombiana, escasea.
“Lo que es carne, hace mucho tiempo que no comemos porque no hay dónde comprarla ni con qué comprarla”, explicó Hernández.
Los problemas económicos que afectan a muchas regiones cocaleras están expulsando a mucha gente.
María Manrrique tenía una farmacia en la localidad de Nueva Colombia, cerca de Caño Cabra, pero al disminuir las ventas de coca, los clientes empezaron a decir que no tenían dinero para medicamentos.
Yamile Hernández, con sus hijos, Manuel, de 14 años, y Valentina, de 16, desayunando como parte de su paga por cosechar hojas de coca.
Así que el año pasado se trasladó a la ciudad más cercana, San José del Guaviare.
La adaptación fue dura. Extrañaba su pueblo y los paisajes del campo. Se sentía sola y claustrofóbica.
Pero empezó a acudir a un terapeuta para tratar la depresión y a ganarse la vida vendiendo empanadas. Manrrique dice que no piensa marcharse. En la ciudad tiene mejor acceso a la insulina para su diabetes y su hijo tiene una mejor educación.
“La gente está emigrando, y a uno le da sentimiento porque era un pueblito de mucho apogeo. Nueva Colombia es un pueblito bueno, pueblito de gente buena”, dijo. Y añadió: “Yo ya di este paso, y hacia atrás no lo hago”.
Mientras que algunos expertos afirman que la transformación de la industria de la cocaína podría hacer que los cultivadores de plantas de coca se dediquen a oficios legales para ganarse la vida, a muchos les preocupa que los campesinos se dediquen a otras actividades ilícitas.
Jefferson Parrado, de 39 años, presidente del consejo local de la región que incluye Caño Cabra, dijo que muchos podrían dedicarse a la cría de ganado, una de las principales causas de deforestación en el mundo. Otros residentes dijeron que podrían unirse a grupos armados por desesperación económica.
Manuel y Valentina cargaban bolsas que llenaron mientras cosechaban hojas de coca. Durante mucho tiempo, la coca ha sido la única manera de ganar dinero para la mayoría de los habitantes de la región.
“Varias regiones han logrado u desarrollo económico gracias al mercado de la coca y cocaína”, afirma Diego García-Devis, quien dirige el programa de políticas de drogas de Open Society Foundations. “¿Qué ingreso va a reemplazar el de la coca? ¿Otra renta ilegal? ¿La minería, el tráfico de personas, de especies, de maderas? ¿La extorsión?”.
En muchas zonas remotas de Colombia, no es económicamente viable vender otros cultivos debido a los elevados costos de transporte. Para cuando los productos llegan al mercado, se pudren, dicen los residentes. Para muchos colombianos, la industria de la cocaína ha sido su única opción.
“Hace un daño a la humanidad, y nosotros somos conscientes de eso”, dijo Parrado. “Pero para nosotros significó salud, significó educación, significó el sustento de las familias en las regiones”.

