Cuenta una leyenda surrealista que en un pueblo chico de la costa se formó un infierno grande descubriéndose los peores pecados capitales y abusos que puede tener una persona obligada a respetar y servir a la comunidad, a los más vulnerables.
El cielo mojaba las gradas que llevaban al segundo piso, a una galera semi vacía, a una especie de oficinas abandonadas, donde durante tres siglos, corrijo, tres laaargos años se cometieron atrocidades.
El candado cedió. La puerta rechinó. El cielo tronaba sus rayos. Asombrados, un grupo de personas no podía creer lo que miraron y escucharon: sombras, murmullos, fantasmas, gritos encolerizados y rastros de seres de dos pies, muy voraces.
El sacerdote que acompañaba a los nuevos moradores de lo que les pareció una casa embrujada, quedó pasmado cuando observó que La Primera o La Maléfica había dejado en la dirección general un viejo baúl en el que había una lista de empleados beneficiados con computadoras, dos renuncias injustificadas de directoras, facturas de cientos de miles de pesos pagadas a un asesor contable, fotografías con despensas caducadas, talones de pago a nombre de empleadas particulares, notas de comidas en lujosos restaurantes, estados de cuenta duplicados, una costosa relación de viáticos y utensilios relacionados con la magia, utilizados para gastarse y desaparecer un presupuesto millonario acumulado en tres años.

Todavía no se reponian de la desagradable sorpresa, cuando unos ruidos extraños revelaron la presencia de un ser fantasma que les preguntaba quien iba a seguir utilizando su nombre para seguir cobrando un salario.
En el rincón de la oficina del jurídico se escuchó una voz titubeante y lastimosamente: ¡Haaaay mi computadora¡ ¡Donde está mi computadora!
El sacerdote y las mujeres asustadas no podían creerlo. Entre telarañas, ratas y una mala vibra, comenzaron a lanzar agua bendita por todo el lugar.

Cuando llegó la bendición y oraciones a la oficina de presidencia, al caer las primeras gotas de agua bendita, se escuchó un estruendo y la cínica risa de La Primera, que gritaba enloquecida si soy Maléfica y vine a ganar mucho, mucho dinero.
El olor a torta quemada quedó esparcido por todo el mercado y barrio. La lluvia cesó. Un gran rayo de luz iluminó hasta el último rincón y el ambiente se puso más agradable, mejor equilibrado.
Las fuerzas de «Los Buenos», disfrazados con piel de ovejas, con actitudes, abrazos y besos falsos, se disiparon, destinados a vagar lastimosamente por las avenidas y calles marcados por la ignominia social, por la gente que el 2 de junio abrió una tumba electoral.
Continuará…
